Lo cotidiano se destila en conceptos ordinarios, comunes,
valorando u ocultando los caracteres diarios dependientes del punto que ocupes
en la sociedad.
Hoy en día las ciudades compiten por obtener la
considerada la mejor arquitectura, la arquitectura espectáculo, aquella que no
depende en nada de lo cotidiano y común del ser humano, convirtiéndolas en
auténticos parques de atracciones de
edificios parlantes como ocurría y ocurre en Las Vegas[1].
“Del letrero del ascensor, de la
gasolinera al aparcamiento,…”[2]
todo aquello que es excluido de lo considerado arquitectura, ya que los
cimientos de la misma consideran que para alcanzarla hay que buscarla y no
hallarla.
Lo contingente y transitorio, a
la vez que efímero es lo que se da hoy en día en la multitud de “Slums”[3]
que pueblan las periferias de las grandes megaciudades, considerando como su
principal arma de auto crecimiento y concepción lo común de sus habitantes.
Y por qué no convertir la
arquitectura de lo ordinario en lo extraordinario, apropiándose de las ideas de
estos habitantes e instrumentalizando lo cotidiano en actos permanentes de una
nueva arquitectura.
Nuestra verdadera arma se
encuentra en la observación de lo hallado, respetándolo y tomándolo como
nuestro, siendo capaces de adaptarlo a nuestra arquitectura de la sociedad.
Estamos en una nueva era, la era
de la socialización y complejidad de culturas y entornos, en la que en muchas
ocasiones se rechazan en pro de la considerada auténtica arquitectura. Incluso
los entornos más ricos a la vez son auténticos guetos, ya que no representan la
auténtica esencia de lo ordinario, convirtiéndose en meras fachas de materiales
arbitrarios y ausentes de historias
entrelazadas que permitan crear el guion de una historia usual.
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